Escuchá...
el sabor dulce y cálido
del primer rayo de sol después de una tormenta
martes, octubre 30, 2007
martes, octubre 02, 2007
El ronroneo de un tigre (pueblo de mujeres
"Nunca estés tan desesperado de amor como para ronronear como lo haría un tigre". Me había dicho después de hablar, antes de terminar e irse con la mirada perdida bien lejos.
Yo le había preguntado, "¿Antonita, todos los felinos ronronean? ¿Los grandotes también, leones o tigres?" Es que el Malón estaba ronroneando muy ruidoso, restregándose casi con violencia, y yo e rascaba la cabeza y el lomo. Y el Malón cerraba los ojitos de puro placer. Y eso me hizo imaginar cómo estaría un tigre en lugar de él, si se refregaría todo así.
Hacía días habíamos hablado con Antonita sobre el ronroneo del Malón, cuando se ponía mimoso, o romántico (como le decía yo) o cachondo (como le decía Antonita), que con eso quería exigir amor, muho amor. Y lo pedía sin ninguna vergüenza.
"Deben ronronear así sí", me dijo cuando todavía estaba sentada a la mesa, con la taza de café entre las manoscon las uñas extrañamente pintadas de rojo furioso, y cuando todavía los ojos no se le inyectaban de esa perdida melancolía que suelen tener. "Deben ronronear así sí", repitió, "¿por qué no?"... "Daría miedo tanto cariño". Y empezó a ronronear como lo hacía siempre, imitando al Malón con una erre larga y suave.
"Te voy a ronronear a vos cada vez que necesite un cariño", le dije.
Antonita nunca se pintaba las uñas, ni se maquillaba. Tota, Ieia y todas ellas decían que por qué era tan hombre, que se vestía como un chico, con esos pantalones, rotos y cortos que dejaban ver sus rodillas lastimadas y mugrosas.
Esta es la historia que estoy escribiendo. Es sobre mí y sobre mi pasado.
La que leía era mi hermana Antonia y las otras mujeres también son parientes mías, pero más viejas.
Es de cuando vivía en un lugar despoblado para nada parecido a esta ciudad.
Y este que está ahí soy yo. Soy un personaje. Soy antes de ser hombre.
Y este que está acá soy yo.
Antes de ser personaje.
Yo le había preguntado, "¿Antonita, todos los felinos ronronean? ¿Los grandotes también, leones o tigres?" Es que el Malón estaba ronroneando muy ruidoso, restregándose casi con violencia, y yo e rascaba la cabeza y el lomo. Y el Malón cerraba los ojitos de puro placer. Y eso me hizo imaginar cómo estaría un tigre en lugar de él, si se refregaría todo así.
Hacía días habíamos hablado con Antonita sobre el ronroneo del Malón, cuando se ponía mimoso, o romántico (como le decía yo) o cachondo (como le decía Antonita), que con eso quería exigir amor, muho amor. Y lo pedía sin ninguna vergüenza.
"Deben ronronear así sí", me dijo cuando todavía estaba sentada a la mesa, con la taza de café entre las manoscon las uñas extrañamente pintadas de rojo furioso, y cuando todavía los ojos no se le inyectaban de esa perdida melancolía que suelen tener. "Deben ronronear así sí", repitió, "¿por qué no?"... "Daría miedo tanto cariño". Y empezó a ronronear como lo hacía siempre, imitando al Malón con una erre larga y suave.
"Te voy a ronronear a vos cada vez que necesite un cariño", le dije.
Antonita nunca se pintaba las uñas, ni se maquillaba. Tota, Ieia y todas ellas decían que por qué era tan hombre, que se vestía como un chico, con esos pantalones, rotos y cortos que dejaban ver sus rodillas lastimadas y mugrosas.
Esta es la historia que estoy escribiendo. Es sobre mí y sobre mi pasado.
La que leía era mi hermana Antonia y las otras mujeres también son parientes mías, pero más viejas.
Es de cuando vivía en un lugar despoblado para nada parecido a esta ciudad.
Y este que está ahí soy yo. Soy un personaje. Soy antes de ser hombre.
Y este que está acá soy yo.
Antes de ser personaje.
jueves, septiembre 27, 2007
Pueblo de mujeres
Recordá, vos, cuando este pueblo, árido ahora por el paso del tiempo, se quedó sin humbres.
Los llantos, los insultos, las pelas, las locuras, los encantamientos, eran sólo de mujeres.
Resuenan las risas en coro de voces femeninas, en la sala amplia de un restorán sin clientes. Estan las mesas desordenadas, usadas para apoyar en ellas algunas esculturas desprolijas, toscas, hechas por manos que no saben.
El motivo de tanta alegría es una de ellas, una de las esculturas, que tiene forma de torso de hombre, solo un torso, sin piernas, sin brazos, sin cabeza, el torso y el sexo, y los comienzos de las extramidades.
Una de las mujeres es lo suficientemente joven como para no recordar al último hombre que aquí habitó. "Nunca ni un hombre en mi vida". "Es algo así como eso", dijo otra mostrándole el falso cuerpo desnudo, "y además tiene piernas, brazos, cabeza, Casi forma humana."
Y pasa el cuerpo hueco y liviano de mano en mano rodeado de pertinentes comentarios acerca de su fisonomía.
"No te perdés de mucho", le decían, "es un ser demasiado bruto, con brazos y piernas como ramas y como troncos, con el cuerpo cubierto de pelos, y la cara cubierta de pelos, con un sonido en la voz grave como la voz de un toro, que habla como gruñe un cerdo, que lo que tiene entre las piernas se agranda y se yergue agresivo como una cobra a punto de morder".
Y lo que ella se imaginaba después de oír esa descripción haría reír a cualquiera de nosotros.
Los llantos, los insultos, las pelas, las locuras, los encantamientos, eran sólo de mujeres.
Resuenan las risas en coro de voces femeninas, en la sala amplia de un restorán sin clientes. Estan las mesas desordenadas, usadas para apoyar en ellas algunas esculturas desprolijas, toscas, hechas por manos que no saben.
El motivo de tanta alegría es una de ellas, una de las esculturas, que tiene forma de torso de hombre, solo un torso, sin piernas, sin brazos, sin cabeza, el torso y el sexo, y los comienzos de las extramidades.
Una de las mujeres es lo suficientemente joven como para no recordar al último hombre que aquí habitó. "Nunca ni un hombre en mi vida". "Es algo así como eso", dijo otra mostrándole el falso cuerpo desnudo, "y además tiene piernas, brazos, cabeza, Casi forma humana."
Y pasa el cuerpo hueco y liviano de mano en mano rodeado de pertinentes comentarios acerca de su fisonomía.
"No te perdés de mucho", le decían, "es un ser demasiado bruto, con brazos y piernas como ramas y como troncos, con el cuerpo cubierto de pelos, y la cara cubierta de pelos, con un sonido en la voz grave como la voz de un toro, que habla como gruñe un cerdo, que lo que tiene entre las piernas se agranda y se yergue agresivo como una cobra a punto de morder".
Y lo que ella se imaginaba después de oír esa descripción haría reír a cualquiera de nosotros.
sábado, septiembre 22, 2007
Lo miraba, lo miraba
Lo miraba, lo miraba. Lo miro.
Me duele esa palabra.
Mirar.
No parás de hacer con todo el cuerpo,
con todo el cuerpo.
Con todo el sentimiento,
y nadie se entera jamás.
Nunca me siento tan sola.
No conozco un ser más lejano
que yo misma.
- desviá los ojos. desvialos -
Sí
los desvío.
pero entonces caen algunas
lágrimas
Me duele esa palabra.
Mirar.
No parás de hacer con todo el cuerpo,
con todo el cuerpo.
Con todo el sentimiento,
y nadie se entera jamás.
Nunca me siento tan sola.
No conozco un ser más lejano
que yo misma.
- desviá los ojos. desvialos -
Sí
los desvío.
pero entonces caen algunas
lágrimas
martes, marzo 06, 2007
de los saberes
¡No me enseñen nada!
No quiero aprender, no quiero saber
nada de nada.
Cuando las cosas se conocen
- se mastican, se degluten, se digieren -
pasan al sinsabor de la inutilidad
la inutilidad del saber
la sabiduría del sinsabor.
Prefiero la ingenua e imaginativa
contemplación
de la ignorancia
- la ignorancia
de la contemplación
e imaginación ingenuas -
yo sé a desconfianza
tengo el sabor que tienen los incrédulos.
No quiero aprender, no quiero saber
nada de nada.
Cuando las cosas se conocen
- se mastican, se degluten, se digieren -
pasan al sinsabor de la inutilidad
la inutilidad del saber
la sabiduría del sinsabor.
Prefiero la ingenua e imaginativa
contemplación
de la ignorancia
- la ignorancia
de la contemplación
e imaginación ingenuas -
yo sé a desconfianza
tengo el sabor que tienen los incrédulos.
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