lunes, diciembre 17, 2018

Sin título, con duda

Con cuántas historias de instagram se hace un poema.
Con cuántos estados o con qué tanto equilibrio entre Broadway y chacarares se escribe una canción.
Cuántos femicidios por día se precisan para que nos dejemos de coger pelotudos misóginos.
Cuánto autoestima nos levantan los likes, los corazones, los pulgares para arriba.
Qué tan ancho es el rango de caras y cuerpos que nos excitan.
Hasta dónde llega tu gordofobia y tu racismo.
Qué tiene más puntaje, la corrección política o las insolencias ocurrentes.
Cómo se milita desde una silla.
Cuánta calle se necesita para creer que las sabemos todas.
Y nuestros cuadernos silenciosos.
Valen más o menos que esos discursos públicos, aplaudidos.
Quién le pone la voz a les tímides, sin que sea eso una interpretación autoritaria de un silencio violado.
Vale la pena hablar si no queremos que nos escuche nadie.
Que todas estas frases, a veces se lean en tono de pregunta. A veces no.

Canción imaginaria de la vieja Roberta en silla de ruedas para su coreografía imaginaria de un joven semidesnudo desangrándose

Decime si tu sangre ya llegó al río
quiero ir a bañarme, quiero sacarme el frío
y volver a aceitar
mi corazón
seco y antiguo
Mojame con la humedad de tu cuerpo
si pudiera bailaría contigo
¡Ay! la luna de cobre
sabe qué tengo
tan escondido
en mi voz
mi voz
Si hay dos espejos encontrados frente a frente
todo ahí atrapado se percibe infinito
hasta el tiempo que pasa
hasta los pulsos
hasta la sed
las heridas
Mentime adónde se va a acumular tu sangre,
si llega a regar la raíz de mis delirios,
fantasean mis vísceras
enamoradas
con ser las tuyas,
o si sólo va a reflejar el cielo
me echaría a beberme lo que sos
y a la luna de cobre
rota en el suelo
en el mar rojo
de tu cuerpo
mi voz
Desde aquí oigo tu corazón sin control
que marca los pulsos de esta danza de lava,
cuando la luna vea
tu muerte lenta,
y desquiciada
se te ría
aunque también vuelque su manto colorado
y se quede desnuda y fallada en la noche
me cubriré con él
mientras que el tuyo
desaparece
con mi voz
mi voz
Voy a sumergirme en lo que dejaste
y a dudar de todo lo que canté
¡Ay! la luna delata
plateada ahora
la soledad
de mi piel

mi piel




Primera versión:


Dime si tu sangre ya llegó al río
que quiero ir a bañarme
quiero sacarme el frío
y aceitar de nuevo mi corazón resquebradizo.
Mójame con la humedad de tu cuerpo
si me pudiera mover bailaría contigo
¡Ay! la luna de cobre sabe lo que tengo escondido.

Miénteme adónde va la sangre,
si va a regar los árboles de las fantasías
de mis vísceras enamoradas que quieren ser las tuyas
o si solo se queda ahí, reflejando el cielo.
Si camino va a ser para chapotear
y echarme de barriga a beberme lo que eres
¡Ay! A veces la luna de cobre me habla del miedo que le tienes.

Desde aquí oigo el bombeo de tu corazón descontrolado
no te asustes, no te detengas
la luna de cobre se ríe de tu muerte lenta
pero derrama ella misma su manto enlodado,
que aunque sea yo me cubra con él
si tú te secas bailando
¡Ay! la luna de plata delata
la soledad de mi piel.

Canción de Clementina a Melina suicidada

Esto no es una canción
pero te doy mis palabras
con la forma de tu espacio
toda tu sal tiene alas
todo el mar vierte tu furia
bañando la arena blanda,
si no estás que seas música
si hasta los peces te cantan
si hasta te cantan los médanos
cuando sacuden sus sábanas
y te recitan las olas
sus roncos versos de plata.
Esto no es una canción
tengo un ruido en la garganta
de la que era tu voz,
pienso con notas tu cara
y la veo irse al viento
igual que las crestas blancas
con el ritmo de tu pelo
tu libertad/mi guitarra.

No me queda más consuelo
que el de rellenar la calma
con manojos de recuerdos
antes que también se vayan,
los meto en un caracol
para escucharte en la playa.



Primera versión:


Tengo un ruido en la garganta
esto no es una canción
ni tiene forma de canción
pero tu voz se lanza al viento
y yo la extraño porque la veo irse
y pienso en notas tu cara
tu pelo en ritmo
tu libertad mi guitarra.

Te doy mis palabras, Melina,
con forma del hueco que dejaste.
Si no estás que seas música
si vuelves que seas fuego
o espuma de olas
o ese rumor de los médanos
como cuando nos reíamos del mundo
tiradas ombligo arriba.

Tu voz se lanzaba al viento
y yo la atajaba
para que no se fuera.

No me queda consuelo
más que el de cantar
y llenar silencio y soledad
con un manojo de recuerdos sin rima
que vuelvan cada vez que ahuyente
la ausencia de tu cuerpo
y los ponga en un caracol
para escucharte en la playa.

Tu voz se lanza al viento
y yo ya la extraño cuando la veo irse.

lunes, septiembre 10, 2018

Música

De la literatura lo que siempre más me gustó es la música de las palabras. Y enamorarme de los personajes. Y tratar de pensar como ellos. Pero sobre todo la música. Llegaba a un punto en que hasta podría dejar de entender el contenido del texto, el significado de las palabras y sólo escuchar la música, entraba como en una somnolencia, un letargo de música de palabras carentes de sentido o de sentido importante. Si leía muchas horas ese cantar se me contagiaba y me resonaban melodías en el cerebro, a veces diciendo cosas, a veces no diciendo nada, sólo la música de prosa. Me divertía saber que le estaba imitando la música a un novelista. Perder esa música, no tener música de palabras, es como perder el rumbo, como tener la cabeza llena de barro, desordenado e informe. Mi sueño fue siempre poseer mi propia música, y escribir novelas con ella. El problema es que con esa música no alcanza. Se necesitan palabras que sirvan como excusa. Y yo nunca encuentro nada para decir.
Quiero encontrar la manera de no perder nunca la musicalidad literaria de mi cabeza.
Recuerdo con amor las noches que no dormía, donde alguna melodía no me dejaba en paz y me desvelaba desafiándome a escribir.

Hijos de los setenta

¿Qué nos dejaron los setenta? A los hijos de los setenta. ¿Brazos cansados de lucha cercenada? ¿O levantados de victoria infinita, inventada, imaginada? ¿Nos dejaron la ingenuidad de los inventos? ¿La ingenuidad ardiente de los deseos? Nos dejaron quizá un andar triste por el recuerdo de los muertos. Un andar triste por discursos que suenan a púa gastada, discursos nostálgicos, utópicos, escépticos, delíricos. ¿Pero nos habrán dejado también ese afán de juzgarles el miedo, el heroísmo, el sinsentido, la juventud, el escepticismo? ¿Nos habrán dejado no entender cómo o por qué? Creo que también nos dejaron la sangre hervida cuando ojos buitrosos de carroñeros neoliberales nos miran, insensibles, ojos de negocio, de consumo, de comodidad, que nos miran como si entendieran, como si perdonaran (como si tuvieran algo que perdonar), como si simpatizaran o empatizaran, monstruos apáticos, como si fueran cómplices de nuestras miradas, como si nos explicaran algo esos ojos de paternalistas despóticos disfrazados de bondad.
¿Qué nos dejaron más, los años setenta digo, qué nos dejaron más, odio o resignación? ¿O manojos de nervios crispados cuando circulamos en el catálogo de descartables, pañales del sistema? ¿O sentimientos casi inencontrables pero inevitables y sinceros de un futuro mejor y posible? Futuro a pesar de todo, a pesar de tanto, tan a pesar.
¿Nos habrán dejado ese no negociar la necesidad de libertad? Libertad estructural como el orden de nuestros huesos, el aire de nuestros pulmones. ¿Pisar un suelo por amor y otro por desidia? ¿Desconsolar los pasos sin rumbo, sin peso, sin piso? ¿Deseo de justicia de nuestros ancestros mutilados por nuestros otros ancestros? ¿Sed de identidad, o sed de diferenciarla de nuestra identidad? Nos dejaron sed, nos dejaron agua que nos quitan, vida que nos cobran, nos dejaron pisar un suelo como si fuera nuestro, como si no lo fuera, como si fuera de todos, o como si un suelo fuera de alguien, como si se definiera como un ser.
¿Por qué creemos sólo en el Hombre, como si Dios no fuera cruel? ¿Por qué creer en lo viceversa? El azar es benevolente al lado de los esquemas que estamos heredando como una víscera podrida a través de los genes y los años, y la tan mencionada memoria no da abasto o se mezcla con sueños, venganzas. ¿Se hereda el tiempo pausado?

lunes, septiembre 03, 2018

Resto

Conforme el tiempo avanza
yo me voy llenando de vacío.
Me espero al final de mi vida
para brindar con las sobras del olvido.

domingo, agosto 26, 2018

Dos

Admito la depresión pero la odio ideológicamente,
no soporto el egocentrismo absoluto del depresivo,
de creer que el sufrimiento es mi propiedad privada
y la sensibilidad mi esencia.
Vivo entonces con la adicción al sufrimiento
y también siendo la burla de mí misma,
desvinculándome, no creyéndome en lo que siento,
siendo a la vez dos que no hablan el mismo idioma
pero que no se caen tan mal como para soportarse
en el devenir infrenable del tiempo que se pierde.

jueves, agosto 23, 2018

deslices borderline

Una imagen de mí que no soy yo se encalla entre el recuerdo y la espera. Cómo hará mi cuerpo para colarse entre mis dedos. Ellos lo sostienen pero viscoso se transforma en penumbras. Soy más ese tiempo perdido
que estas fibras quejumbrosas. Adonde voy no hay umbrales donde llamar ni puertas que abrir y las paredes las tengo dentro.

Hay herrumbres, las oigo como si lastimaran con sus filos, pero cada vez soy más inmune a todo lo que es.

Estos futuros instantes del pasado que son el ahora, limbo de inexistencia, se parecen mucho a la muerte con su carácter de desagüe, eco oscuro. No sé. Y el olor, de piedras y humedad. Y el idioma. Ojos que hablan con los ojos sobre los ojos y mis ojos lloran sobre los paisajes imposibles.

Quise hablar del olor recién, para pensar en algo que haya en este silencio de carne, silencio de historia, silencios habitantes de rincones. Bajo la bruma los pies de agosto,
fríos de agosto palpan las baldosas. La bruma de la ensoñación habría de abrigarme abriendo vertientes de sangre seca. Así me sumerjo en esos líquidos sin bordes, sin continentes, sin profundidad, sin buscar.

Y esa risa que se quedó congelada, como una máscara grotesca, es el tiempo desordenado que me corre por dentro mirando a mi presente enjaulado y temeroso.

A la soledad no la odio ni la quiero, porque la tengo conmigo, es mi par. No es mi amigo el vacío ni mi enemigo, porque ese vacío soy yo, y soy mi propia indiferencia viéndose en el reflejo de un lago estancado, en el que en el fondo atadas a piedras están las posibilidades que no fui, difusas.

Trato de mirarme las manos, pellizcarme un brazo, para entender que existo, pero me distrae la no existencia y el no entendimiento.