sábado, enero 30, 2010

Una casi historia de amor

          Recuerdo una situación extraña que me aconteció el año pasado en París. Es una historia casi romántica y con un poco de voluntad pudo haber terminado un poco bien, pero no la hubo, así que no. Empieza bien.
          Caminaba yo por el Boulevar de Clichy en el glamoroso barrio Pigalle. Era de día y los colores y luces de las sex shops no se lucían tanto, igualmente el boulevard era precioso. Estaba todo arbolado entre la plaza Pigalle y la de frente al Moulin Rouge, y antes de bajar al subte de Blanche estaba buscando un baño porque ya me re meaba. Cada tanto, en ese (y otros supongo también) boulevard hay una casuchita de baño público, pequeño, como de micro, con una puerta medio circular, bastante futurista el diseño, como una nave espacial.
          Estoy por entrar a uno cuando me cruzo en la puerta con un tipo que salía. Era joven, no turista, vestido como quien está en su rutina y fue o va a trabajar. Se sorprende de mi presencia y nuestras miradas se cruzan, él me sonríe raro, con amabilidad y vergüenza (asocié esa mirada a la que suelen hacerme las personas cuando les gusto), parecía apurado y por todo eso me cayó bien. Yo soy medio indiferente a la situación, pero como de costumbre siempre que alguien me gusta, y más estando en una ciudad con tanto prestigio en cuestiones de romance, o al menos márketing, en un microsecundo invento la posibilidad de una relación con el francesito, un inicio de conversación, una posible invitación, un futuro no muy lejano de cuerpos pegándose, un enamoramiento intenso y por qué no, una mudanza definitiva a París con casa, hijos y un gato parisino y negro.
          Él se fue tan rápido como el divague porque ni bien deslizo la puerta curvada y entro, se me presenta frente a los ojos, altivo, arrogante y burlón, un sorete grande como un plátano que me obligó a no soñar de más y a no dar la vista atrás. Le oriné encima.

sábado, enero 16, 2010

el no de las cosas



Me aterran las cantidades de montañas de opciones, de caminos, de bifurcaciones, trifurcaciones, tetrafurcaciones. Hay mil maneras de escribir una idea, de contar un cuento, de hacer un itinerario, de pensar una fantasía, de vivir una vida. Incluso en estos tres renglones que llevo escritos pasaron por mi cabeza variaciones incontadas de esta idea, que quizá hace un minuto apenas o menos, no había imaginado así, quizá solo la había imaginado como: Me aterran las opciones, los laberintos y la elección. O ni siquiera. Ya siquiera ni me acuerdo.
Me aterra la cantidad de cosas no hechas que hay en la vida. Me asusta la no existencia.
Como pensar en un hijo que no se tiene aún. Y amarlo. Y uno no sabe si pensar o no si es persona.