lunes, septiembre 10, 2018

Música

De la literatura lo que siempre más me gustó es la música de las palabras. Y enamorarme de los personajes. Y tratar de pensar como ellos. Pero sobre todo la música. Llegaba a un punto en que hasta podría dejar de entender el contenido del texto, el significado de las palabras y sólo escuchar la música, entraba como en una somnolencia, un letargo de música de palabras carentes de sentido o de sentido importante. Si leía muchas horas ese cantar se me contagiaba y me resonaban melodías en el cerebro, a veces diciendo cosas, a veces no diciendo nada, sólo la música de prosa. Me divertía saber que le estaba imitando la música a un novelista. Perder esa música, no tener música de palabras, es como perder el rumbo, como tener la cabeza llena de barro, desordenado e informe. Mi sueño fue siempre poseer mi propia música, y escribir novelas con ella. El problema es que con esa música no alcanza. Se necesitan palabras que sirvan como excusa. Y yo nunca encuentro nada para decir.
Quiero encontrar la manera de no perder nunca la musicalidad literaria de mi cabeza.
Recuerdo con amor las noches que no dormía, donde alguna melodía no me dejaba en paz y me desvelaba desafiándome a escribir.

Hijos de los setenta

¿Qué nos dejaron los setenta? A los hijos de los setenta. ¿Brazos cansados de lucha cercenada? ¿O levantados de victoria infinita, inventada, imaginada? ¿Nos dejaron la ingenuidad de los inventos? ¿La ingenuidad ardiente de los deseos? Nos dejaron quizá un andar triste por el recuerdo de los muertos. Un andar triste por discursos que suenan a púa gastada, discursos nostálgicos, utópicos, escépticos, delíricos. ¿Pero nos habrán dejado también ese afán de juzgarles el miedo, el heroísmo, el sinsentido, la juventud, el escepticismo? ¿Nos habrán dejado no entender cómo o por qué? Creo que también nos dejaron la sangre hervida cuando ojos buitrosos de carroñeros neoliberales nos miran, insensibles, ojos de negocio, de consumo, de comodidad, que nos miran como si entendieran, como si perdonaran (como si tuvieran algo que perdonar), como si simpatizaran o empatizaran, monstruos apáticos, como si fueran cómplices de nuestras miradas, como si nos explicaran algo esos ojos de paternalistas despóticos disfrazados de bondad.
¿Qué nos dejaron más, los años setenta digo, qué nos dejaron más, odio o resignación? ¿O manojos de nervios crispados cuando circulamos en el catálogo de descartables, pañales del sistema? ¿O sentimientos casi inencontrables pero inevitables y sinceros de un futuro mejor y posible? Futuro a pesar de todo, a pesar de tanto, tan a pesar.
¿Nos habrán dejado ese no negociar la necesidad de libertad? Libertad estructural como el orden de nuestros huesos, el aire de nuestros pulmones. ¿Pisar un suelo por amor y otro por desidia? ¿Desconsolar los pasos sin rumbo, sin peso, sin piso? ¿Deseo de justicia de nuestros ancestros mutilados por nuestros otros ancestros? ¿Sed de identidad, o sed de diferenciarla de nuestra identidad? Nos dejaron sed, nos dejaron agua que nos quitan, vida que nos cobran, nos dejaron pisar un suelo como si fuera nuestro, como si no lo fuera, como si fuera de todos, o como si un suelo fuera de alguien, como si se definiera como un ser.
¿Por qué creemos sólo en el Hombre, como si Dios no fuera cruel? ¿Por qué creer en lo viceversa? El azar es benevolente al lado de los esquemas que estamos heredando como una víscera podrida a través de los genes y los años, y la tan mencionada memoria no da abasto o se mezcla con sueños, venganzas. ¿Se hereda el tiempo pausado?

lunes, septiembre 03, 2018

Resto

Conforme el tiempo avanza
yo me voy llenando de vacío.
Me espero al final de mi vida
para brindar con las sobras del olvido.