viernes, junio 17, 2016

Estrella fugaz

Fijate que te quedaste inmóvil en la noche de un balcón de un sexto piso, pensando más o menos en la estrella fugaz que viste de pedo hace un rato en plaza italia, entre puteando un poco la música fuerte del bar de enfrente e ignorando la angustia del recuerdo de la jornada.
Es que así pensás a las tres de la noche, te agarra una desidia nostalgiosa que quién te la saca, ni quién ni qué, imposible, con la cabeza atiborrada de imágenes, una melodía del réquiem de Brahms que se mezcla con algún timbre agudo de la persistencia rítmica del samba brasilero, un sabor a caipirinha mal hecha, un piano sin tapitas blancas que te deja sucias las yemas, una gata parturienta que dejó líquido amniótico en una cajita que guardaste para siempre, un lápiz de labio que nunca usaste, un hipocampo de gomaespuma perdido, un taladro que no tenés para poder colgar la estantería. Todas estas cosas que lo único que tienen en común es estar acá ahora a las tres de la noche en un balcón de 14 y 42 rato después de que la luz de una estrella fugaz entrara de pedo por tus pupilas y a vos se te ocurriera pensar que quizá el día no habría sido tan malo, ingenuamente, como siempre, para arrepentirte un instante después de ese pensamiento absurda y astralmente optimista y pensar que lo único que hiciste del día fue plantar ese brote germinado de manzana, porque los brotes nos salvan la vida, a veces pensás eso en un balcón del sexto piso con un tenue pero estable miedo a desear caer, miedo a la muerte dicen, peor, miedo a desear la muerte. Para compensar patetismos es que pensás, forzándote a la melancolía que no tenés ganas de sentir -inventando incluso tristezas que no tenés-, dándote la parte de persona más grande de lo que sos, como quien razona desde su inmensa sabiduría, en recuerdos que mirás de soslayo, como si no te importaran mucho, o como si los tuvieras superados, aunque te pesen como los instantes en que te volvés plenamente consciente, sabés de qué hablo, esos instantes en que te sorprende saber que tenés vida, cuerpo y futura muerte y podredumbre, y como quien no quiere la cosa, le esquivás a tanta angustia y te ponés a plantar brotes de manzana a las tres de la noche, o hacés una comparación de las distintas formas de acariciar de los hombres, o respirás tres veces bien profundo, primero tapándote una narina, después la otra, y volvés a dudar de cómo se pronunciaba esa sílaba en alemán, y puteás cuando pensás que eso que hiciste -eso, es tanto- tendrías que haberlo hecho distinto, y el sueño te gana y te aburre hasta escribir, y lo hecho hecho está, y el pasado te pesa como los ladrillos atados al tobillo del que trata de flotar y el futuro te sonríe con sarcasmo desde un lugar difuso, y en el presente estás vos que te la das de hedonista como si todo te chupara un huevo y esa mentira te la dejaste de creer hace mucho, y sabés que seguís escribiendo, aunque sean las cuatro de la noche y mañana tengas que madrugar, porque no querés arrancar el día y tan sin excusas estás que te pusiste a escribir mierdas que no vas a leer nunca más, salvo hoy mismo, a los treinta años, en un balcón del sexto piso pensando en tus manzanas que ojalá se hagan árboles.