lunes, febrero 28, 2011

Escribe Montserrat su diario en 1978

Hoy, enojada. O haciéndome la enojada, que vendría a ser lo mismo. Enojada con el Pibe, tipo estúpido. El Pibe mi corazón de melón con sal, mi mango sin cáscara que me lo quiero comer a besos. Pero tengo que ser fuerte, me estoy haciendo la enojada y se lo merece, así que tengo que aguantar. No le contesto y miro la tele como si me interesara. Y si, ya me tiene podrida, yo a sus caprichos, yo a su servicio, y los míos a lo último, y si es que, porque después a esa altura ya está cansado. Yo, su durazno en almíbar, su compota de frutillas con merengue. Tanto apelativo. Para qué. A mi me gusta, pero sólo en sentido figurado. Pero entonces hoy vino juguetón como una gatito a hurgarme la nuca haciendo poca atención de mi seriedad y lo rechacé enojada. Ahí tenés tus frutas, le dije cortante y me encerré en el cuarto. Esta mañana yo no tenía ganas, y además al final pareciera que le gustaran más que yo. Casi que estoy celosa. Me hizo quedar inmóvil y desnuda, acostada boca arriba mientras me iba decorando como una frutera de centro de mesa. Poniéndome encima y encima del colchón, continuando mi figura, todos los colores de frutas posibles. Ananá en argollas se me pegaban a los senos, los huecos de las clavículas, del estómago y al costado del cuello repleto de frutillas, cerezas, frambuesas, uvas. Medialunas de melón por las costillas, en fin, duraznos, peras, manzanas rodeándome, metidos hasta las axilas, y a lo último, como frutilla de postre, sandía, una media sandía entibiada precavidamente antes por el Pibe un largo rato al sol. Yo la tenía que sostener entre las piernas abiertas mientras el Pibe arrodillado entre mis piernas me miraba extasiado haciendo un agujero sensualmente con el dedo en la sandía. Yo lo miraba. Con mi manera de mirar que es de cariño pero no se nota. Parezco seria y represiva, pero es una seriedad contemplativa y admirada. Me gusta verlo excitado, es bello. Y es más bello porque no sabe que es especialmente bello cuando está excitado. Está en su mundo. Y eso también un poco me molesta. Con las frutas parece que está más enamorado de ellas que de mi. Me dice palabras de amor y palabras sensuales, pero mientras acaricia la sandía y es como si fuera a ella a quien le habla, me besa y muerde el cuello pero sobre las frutillas semiescrachadas en mi piel. Se saca toda la ropa, me mira de arriba a abajo, le deslumbran los colores. Se desnuda como un niño, torpemente. Lo miro con mi ternura seria y me gusta que vea que estoy un poco distante, para que sienta que tiene que estimularme más. Me dice cosas obscenas pero yo no cambio el semblante, me excito un poco más, y bastante más por verlo desnudo e ingenuo y natural. Está desnudo y está erecto, arrodillado entre mis piernas, lo veo imponente. Creo que el Pibe tiene un pene especialmente bello, no sé si será el amor, o la confianza, pero me parece hermoso y me gusta para agarrarlo desde abajo, acariciarlo desde la entrepierna, las ingles, los testículos, agarrarlo con la mano entera y disfrutas el glande enternecida hasta las tripas. Pero no ahora. No lo puedo agarrar porque lo está ocupando en agrandar el agujero que había empezado con el dedo. El Pibe goza, goza que no cabe en si, es gutural, es visceral, es auténtico. Va lento, penetra la sandía con cautela, una parsimonia de movimiento con intensión sobrecargada. Intenso y lento. Le digo que no embista porque la cáscara dura me duele contra la pélvis, se tiene que apoyar en sus brazos y entra y sale de la sandía casi flotando. Mejor, porque desde ahí puede ver bien todo y se agacha cada tanto a comer de mi cuello y a besarme en la boca con jugo de frutas. Sé que mañana se me va a ir el enojo después de sus explicaciones: sólo vos sos la importante, mi amor, la única, la verdadera. Esas son para diversión pasajera".

Hoy el Pibe me cogió bien. Y se las da de un aire arrogante que me causa gracia y lo veo infantil. Pero yo sé que fue gracias a mi. Yo marco el tempo y le pongo la esencia, el tono, si va a ser de tal cual estilo. Le mostré uno por uno los papieres de Klimt y yo buscaba las poses de esas modelos y le pedía que me fuera corrigiendo. Yo me masturbaba suavemente mientras le decía cosas cariñosas, que lo deseaba, que lo amaba, que quería su mano en lugar de la mía, que quería su lengua en lugar de su mano, que quería apretarle con mis muslos su cintura mientras me penetraba honda y húmedamente. El Pibe miraba los dibujos, me miraba a mi, me oía y no decía palabra. Mantenía su altivez solemne y atenta y a mi me observaba con el respeto a una actriz. Me encanta actuar para él y usar este escenario que es mi cueva y mi nido, la habitación amplia y cobriza de pisos de madera y casi despojada de muebles, con telas sugerentes, texturas eróticas y colores que se encienden más en nuestros besos. Hice de este cuarto una extensión de mi cuerpo y en él hago lo que quiero. Hago lo que el Pibe quiera, y mi placer es máximo cuando el placer también es suyo. Ya en un punto en el que la excitación no podía hacerme razonar más, dejé de escuchar las indicaciones del Pibe, me olvidé de los papieres e hice uno que a Klimt se le habrá olvidado dibujar. Inclinada sobre la cómoda, dándole la espalda al Pibe, con una pierna levantada hasta apoyar el pie en una silla, me levanté la pollera azul pesada, única prenda que me quedaba puesta, y me la enrollé en las ancas, dejándola caer por adelante y los costados como una cascada y mostrando al Pibe las entradas a mi alma. Yo estaba tan inclinada que casi podía mirarlo al revés por entre mis piernas. Con una mano me apoyaba en la cómoda y con la otra me tocaba la vulva, sus labios, su contorno, el clítoris y acariciaba la entrada a la vagina, aunque sin meter los dedos, quería aguantar y dejarlo para después y que el Pibe estuviera atento de si algo entraba por ahí. Yo estaba tan mojada que sentía que podía chorrear hasta el piso, era un volcancito lento que no paraba de bullir y la humedad fue tanta que sentí que había metido la mano en merengue. El Pibe decía que quería beber de mi fuente, que quería hundirse en mi lodo, y en sus palabras, las imágenes me inspiraban una sensualidad de mar, de ola que viene, se va y vuelve, frotando la arena y meneando otra ola. Yo estaba casi en mis últimos alientos cuando entonces el Pibe vino a mi completamente duro, y se hundió, como él había dicho, sin agresión, suave como yo había empezado, hasta lo más hondo, salió, suave, hasta casi salir del todo y volvió a entrar hasta el fondo, donde, trémolo me abrazaba y apretaba como para nunca perderme, y a mi se me reventaba el corazón y la garganta en el orgasmo mientras el Pibe derramaba su tibieza en mi y me comprimía con sus brazos gruesos el pecho y el vientre. Dame tu lengua, le dije, y me besó como la primera vez.

Anoche tuve un sueño que refuerza mi amor con el Pibe, y por el Pibe. Hacíamos el amor, o mejor dicho estábamos por hacer el amor, y él me preguntaba ¿Te gusta la coprofagia? y yo le decía, me gusta todo con vos, mi amor. Entonces cagaba, algo gigante en un plato y yo le decía ay, no, no, mejor no quiero, y él me decía, pero mirá, si es rico. Y lo que había en el plato se trasformaba en un postre de chocolate y dulce de leche y yo comía maravillada mientras el Pibe me besaba el cuerpo y se tiraba pedos que parecían de café.
Le conté el sueño al Pibe y él me dijo que una vez soñó que estaba en un tren y una mujer sexualmente llamativa lo sedujo y lo hizo sentarse entre las piernas bajo la muy corta falda de ella y sintió que estaba muy húmeda ahí, pero notó algo extraño y demasiado texturado. Sacó la mano y vio que lo que tenía era atún con ketchup. Y a él le encanta, le fascina el atún con ketchup. Entonces, doblemente excitadísimo, bajó a comer de entre las piernas de la mujer.

La lluvia no es lúgubre. Está bien, hay oscuridad, los pájaros no cantan, no dan ganas de salir. Pero no le eches la culpa a la lluvia.
El día no es denso, el tiempo no es malo, el lugar no está podrido, somos nosotros.
Mi amor, si con un recuerdo me alcanza, para qué más. Con que seas, no sé, algo, una marca, un olor perdiéndose ,una mordida, el dolor de los tendones de la entrepierna después del sexo, alcanza.
No pretendas (¿para qué? no vale la pena) estar más, ser más. Si arriba, abajo, mismo adentro mío, hay un no sé qué de nauseabundo, y lo lindo tiene un no sé qué de angustiante.
Quedate perdido. Yo encuentro las señas, y siempre voy con mi manual para recordar.

Decime qué querés que te traiga, si a mi casa voy. Que queda en el infierno de los mundos, ida y vuelta, es sólo un rato, voy así, voy de sonámbula, y te pienso mientras tanto (¿sabés, que he estado soñando bastante con vos?), y me hacés acordar a las miles de lenguas que salen a recibirme en el camino, largas, húmedas y amables como un bostezo tuyo una mañana con resaca, pero sin el olor a alcohol mal digerido. No me puedo tocar la piel porque entre mi mano y yo se pringa el espacio, se resbala, se escurre, y cuela por las axilas, por detrás de las orejas, por entre las piernas y sube blando y lamiendo caliente por entre las nalgas. No puedo seguir avanzando, no se ve nada, y se me frena el paso, estoy entorpecida en un mar de humores que me manipulan los miembros, frotándolos y flexionándolos a su placer, hay momentos que no piso el suelo. Me queda dejar de resistir, cuando puedo confiar mi siesta y tenderme al amparo de tus mil manos que vienen a tocarme. No sé qué haría sin vos, mi amor.

martes, febrero 01, 2011

La vida misma

Lo que hacemos va en cierta coherencia
con lo que recordamos que hicimos.
Lo que somos va en cierta coherencia
con lo que recordamos que fuimos.
Lo cierto es que recordamos muy poca
parte de todo el pasado. Y cada vez menos.
Y el pasado es cada vez más.
Podríamos inventarnos recuerdos nuevos.
Deberíamos poder elegir nuestra personalidad.