miércoles, agosto 21, 2019

Administrar el fuego

          El arte de administrar el fuego no es cosa fácil. Hay leños que se consumen con la velocidad de un espíritu. Hay otros que hacen brasas que resisten candentes en su interior a pesar de su revestimiento de ceniza.
          La mayor importancia está en no dejar que se extinga nunca, porque empezarlo de nuevo no sólo no es cosa fácil, digamos que es cosa imposible. No tengo fósforos ni encendedor. Ya tapié las puertas y ventanas y mis cataratas perfilan con paciencia cómo las montañas de maderos, papeles y cartones van bajando sin pausa.
          El arte de administrar el fuego consiste en sostener la temperatura justa quemando lo más lentamente posible.
          Yo ya sé que se me va a ir la vida en esto, de todos modos mi hígado no tiene tanta. Corre mi temporizador de cirrosis por un lado y de fuego por éste y ya calculo aproximadamente la fecha de mi fin. Mas si por mi fuera echaría todo más rápido y gozaría calentito de mis últimos días hasta ver la última brasa apagarse para siempre y encontrarme totalmente ebrio frente a las miradas sedientas de los zombies que habrán estado esperando el frío terminal de la casa. A nada le tienen más miedo, al calor de una hoguera y a la mirada de un borracho.
          Pero. He decidido abrigarme y durar más. No necesito mucha comida estando prácticamente inmóvil con un fierro en la mano y las pupilas en las llamas. Y vino sobra más que el aire.
          El arte de administrar el fuego consiste en hacerlo durar hasta que el hada parturienta que vive en la pared de mi hoguera deje de amamantar y sus quintillizas crezcan y puedan salir volando con ella.
          Desconozco el tiempo de crecimiento de las hadas.
          Desconozco también qué relación tienen las hadas con los zombies. Ninguno responde. Sólo miran con significados distintos.
          Yo sólo hablo con ustedes, y ni siquiera, porque todo papel es importante de ser quemado y no leído cuando hace frío y encima la muerte patea las puertas.