De plumas y melena
Como un
cisne que nada elegante
con tersura, sigilo y calma suena,
y hasta alumbra su voz la luna llena
mecida en su vaivén dulce y constante.
De las estrellas copia el haz vibrante
y del sol su esplendor y fuerza plena;
pero no todo es paz, a veces truena
feroz como una bestia espeluznante.
¿De qué entrañas estalla ese rugido
que nos hiela la sangre y quiebra el hielo
con grito ronco o tétrico chasquido?
En la jungla se arma un gran revuelo,
se suspende el aliento y el latido
porque asoma
el grandioso violonchelo.
De gran
trompa
¿Quién es el
de la voz tan resonante
que con un
grito firme y pasos gordos
es capaz de
dejar a todos sordos?
Ese, sí, me
refiero al elefante.
¿Y en la
banda u orquesta quién le imita
además de
las curvas, los sonidos
curiosos y
metálicos chillidos
convirtiendo
en metales su trompita?
También copian
la gracia y balanceo,
el brillo y
la pacífica dulzura,
el grupo
solidario y ese son
que es
necesario y único. Yo creo
que a ellos
les copió la criatura.
Son el
corno, la tuba y el trombón.
Pesos
pesados
¿Quién es el
que grandote y estruendoso,
vestido con
un traje tan peludo
pasa de
dormilón a muy forzudo
y de bestia
terrible a tierna? ¡El oso!
¿Quién es el
que sacude todo el monte
en su brava
estampida y contundentes
pasos,
arrasadoras y potentes
embestidas?
¡Es el rinoceronte!
¿Quién
parece tranquilo desde abajo
del agua,
hasta que de repente explota
feroz? ¡El
hipopótamo! ¿Y quién es
el oso, el
hipo, el rino, a la vez,
en la
orquesta, y bien grave da la nota
base de todo
el resto? ¡El contrabajo!
En bandada
Como los rayos que despunta el día
y les dan brillo a brotes, frutas, flores,
sacudiendo en las frondas mil colores
mezclan trinos, gorjeos, melodías.
Tamaños, formas, timbres bien varían,
para lucir destrezas no hay mejores
ni tan diversos, ¡oigan bien, señores
y señoras las tremendas armonías!
Si una banda
compone la canción:
mirlo que flota como un barrilete,
grulla alegre, pato juguetón,
sumando a un buen cucú que los complete,
verán que respectivamente son
flauta, oboe, fagot y clarinete.
Un arsenal ruidoso
Suena un
clarín de gallo con el alba,
de punta a
punta al bosque lo atraviesa
y todo el
mundo está expectante ante esa
voz que se
multiplica a mansalva.
Bien nítido
lo oyen las urracas
y,
escandalosas, lo transmiten lejos
hasta el
nido de cuervos o el reflejo
de los flamencos con sus patas flacas.
Lo copia un
aguilucho montañés
y no hay
quien no oiga ese mensaje,
desde lo
alto como metralleta,
que repite
el malón de chimpancés;
todos
hablando un único lenguaje:
los cantos
de la histriónica trompeta.
Construcciones
Chirrían,
chillan, gruñen, castañean,
rechinan,
crujen, pegan, raspan, lijan,
rebotan, tiemblan,
roen, desvencijan,
retumban, baten,
caen, repiquetean,
golpean,
quiebran, chocan, zarandean,
agarran, ruedan,
juntan, saltan, fijan,
hibernan,
roncan, ríen, se cobijan,
encierran, van,
atacan, corretean.
Ardillas,
topos, liebres, conejillos,
ratones, cuises,
nutrias y castores
se lucen con
su amada construcción,
haciendo con
timbales, gong, platillos,
marimba,
xilofón, bombo y tambores,
al fondo una
ciudad de percusión.
Entre las olas
¿De quiénes
son las voces y cantares
que van
trazando la canción de cuna,
hilo fino
que llega hasta la luna,
desde lo más
profundo de los mares?
Su aleteo
sacude las arenas
y provoca el
ritmo de las olas
montando un
show de fuentes y cabriolas,
de danzas y
acrobacias de ballenas.
Y se suman
contentos a la fiesta
con risas
que resuenan en el viento
surfeando sus
jolgorios de delfines;
esta es la
gran familia de la orquesta,
que nos
embruja con su movimiento
de manada:
las violas y violines.