viernes, noviembre 05, 2010

Canción idílica


Nuestro cariño es de albóndigas, ajos, nueces, y más,
es de sartén quizás. De buñuelos.
Se mete en una empanada, a ese cariño,
y en el horno, de barro y garganta,
se cuece y perfuma,
se ablanda, se enhebra,
de aceituna y comino
(Y con ese vaho peregrino
se mece un búho en su desvelo.)

Bebéte el vino, amor, antes que la madrugada
nos evapore la luna.

Nuestra dulzura es de postre, que viene rezagado,
una fruta que escurre un tarareo
(vibrante de limón, punzante de miel
de durazno, tierno,
de pedrada para el ave; para el pez, de anzuelo.)

No sabés de donde viene mi voz,
yo te siento venir blando
con latidos de flan
y anticipo en el paladar el sueño blanco de crema,
y ya entibiada una pena bajo a cantarte
desde el camino.

Bebéte el vino, amor, antes que la madrugada
nos evapore la luna.

Nuestro descanso es de café,
si se sabe disfrutar no se advierte su amargura,
da más luz a veces la penumbra
que los que se toman por momentos dorados.
Es el humo de salmón que hay sobre las tejas
(allá, lejos,
bruñendo un horizonte
y acá, bajo las mantas,
concentrado en vapor)
lo que descifra en ironías la borra del pocillo.

No quiero saber de azares
más que el que con vos haga a mi tarde emborracharse,
ni quiero perder tiempo
otro que el abandonado a tu cuento interminable de cena.

Bebéte el vino, amor, antes que la madrugada
nos evapore la luna.