martes, noviembre 02, 2010

Sueño del día de los muertos

Anoche soñé con una muerta, toda la noche, todo el sueño, larguísimo. Era yo.
Un día entero de ver los preparativos a mi propio funeral y entierro, de ver cómo la gente (no mucha, igual) sufría. Y cierto absurdo por presenciar todo eso. Un punto de vista desde la muerta. Hastiada de tanto sinsentido llevo mi mano a la garganta, buscando el pulso. Resulta que en lugar de pulso está cierta vibración extraña. Entusiasmada le comento a mi madre que no estoy muerta, que algo de sangre fluye por mis venas ya que las venas se mueven, aunque sea un poco. Me dice mi madre, llena de dolor, que el médico dice que eso dura sólo un día, y después de ese día a veces se vuelve al pulso normal, y otras, la gran gran mayoría, deja de vibrar, de moverse, de todo. Lo más probable es que no sobrevivas, me dice.
A partir de ahí se torna, entonces, no que estoy muerta, sino que estoy en el último día de mi vida, y que además impedida, porque urgida por realizar en el último día de mi vida alguna de las múltiples acciones que cualquier persona joven tiene la ambición de realizar, debilitada, porque la leve vibración de mi sangre en mis venas iba disminuyendo y el cansancio iba en aumento.
Al final, esperaba morirme.
El alivio es despertar.
El no alivio es sentir que toda mi vida es ese día de mi sueño.
El alivio es saber que es mucho tiempo por delante.
El no alivio es saber que es mucho tiempo por delante.