viernes, octubre 18, 2019

El piano y el cuerpo

Pienso que no quiero que sea mi cuerpo el que, siendo mi cuerpo por redundancia y contundencia biológica, duele a mil demonios, la espalda, el cuello, las piernas, no quiero que lo sea (yo mi cuerpo, o mi cuerpo yo) cuando la prioridad son nomás diez dedos de nomás dos manos, porcentaje bajísimo de la yo total, que ya de por sí es un total mermado, lábil (sinónimo: endeble), sin fuerza ni para sostener con comodidad la atracción que hace el planeta al conjunto de células todas unidas en algo que no sé cuándo llamaron cuerpo, no sé si antes o después que llamaron a eso persona. Quisiera leer una Historia de las Palabras, para poner mi insignificante existencia en orden, y para entender de qué soy más, si de algo u otra cosa. Mientras no entiendo de eso me miro un brazo y me pregunto por qué ese brazo es mío. Por qué me importa más ser yo que otro. ¿No han probado a veces salirse del cuerpo, creerse otro? Para equilibrar mi endeblitud de cuerpo, estratégicamente me pensé como un ser de otro cuerpo, un cuerpo, digámosle, gordo. No gorda. Gordo. Un profesor, para ayudarme técnicamente con cierta sonoridad fuerte que debía lograr, me sugirió que me imaginara como un gordo de grandes brazos pesados. Me llamó la atención el masculino. Como si gordo fuera más gordo que gorda. Gordo: lo gordo. Un gordo neutro, en la época en que lo masculino era lo neutro. Me cayó bien ese masculino adjetivo. Y me sirvió la imagen. Yo saliéndome de mi yo de muchachita flaca para pensarme como un gordo. Un antagónico. Él con su privilegio de la fortaleza de su género, yo con el del cuerpo que está bien para el orden insulso y correcto del mundo, privilegios que ambos a veces son desgracias para el orden de nuestros cerebros. Quiero convivir siendo él, con el piano y su rechazo a mi cuerpo. Un volumen imaginario, una amplitud supuesta, una comodidad inventada, un invento corporalizado. Abrazo a mi traje de gordo para llorar juntos.