jueves, octubre 17, 2019

La soledad

Sola es la que a propósito se deja el cortaúñas en el bolsillo
como para que la máquina que olisquea metal
chille avisando a la policía
y la policía le acaricie las caderas, los aros del corpiño.
La que se envicia en la autosoledad
la de no estar ni con una misma
con más tiempo viendo istoris que las hojas
(de árboles o de libros),
con más oyendo a otros que a sus monstruos,
más juzgándolos que haciéndoseles amiga.
Está sola la que miente
no por maldad ni conveniencia
sino nomás porque le aburre su verdad
o le avergüenzan sus pestañas, el movimiento de su brazo.
Sola la que sus pies la llevan donde no quiere ir
y más sola la que no la llevan donde sí,
la que se le descoordina el cuerpo entre deseo y acción
o la que la timidez la censura con máscaras y escudos
sin protegerla necesariamente, quizá vulnerarla más
de sí misma.
Sola la que elige no hablar más que no oír,
la que prefiere sacrificar su tiempo antes que su dolor.
Pongan las solas sus motivos en una botella al mar, un cajón de intimidad,
por escrito, por hablado, por pensado,
hasta su misma soledad las dejaría náufragas de motivos.
Sola es la que se reprime buscar los culpables de su cobardía,
como si fuese ella.
Sola es la que cambia su inteligencia por idiotez ajena
la que recuerda paisajes pasados y no inventa nuevos,
la que persiste en la desidia
de estrellas fugaces, de hojas en blanco, de tinder, de burocracia emocional,
la que se dejó de preguntar.