viernes, mayo 24, 2019

El viento de la esquina

Hoy no me di cuenta y salí sin bombacha
y con la calza un poco descosida
justo ahí donde las cuatro costuras se juntan
y llegando al cruce de las calles
un viento o un polvo o no sé qué
se metió en ese punto y me hizo cosquillas
que me provocaron apretar las cejas,
mi respuesta inmediata quiso ser y no pudo
meter la mano y pellizcar
pero en una esquina había dos policías
masculinos y afirmativos
les esquivé mi mirada
femenina y negativa
y miré otra esquina
donde de un camión en la puerta del chino
descargaban mercadería
hombres también
también con ojos en la cabeza
las otras dos esquinas también
eran ojos de hombre,
apreté las piernas y meneé el paso
como para rascarme sin manos
y me acordé de mis catorce años
y mis catorce pajas diarias
mis épocas de asexual en las que la idea de tocar
cualquier otro cuerpo
que no fuese el mío
me daba
asco
quizá no sea
asco
la palabra
más bien desinterés y timidez extrema,
esa época en que también esquivaba miradas de varones
como para que una mampara me separe del mundo
y también me inmunice del aburrimiento de la escuela
y sobre todo
sobre todo
no me censure las pajas.
Ahora el equivalente sería que me inmunice
del tedio de salir a la calle sin poder disfrutar al máximo
la calle misma,
prefiero los adoquines a tu cara
el asfalto a tu existencia
este cielo, este polvo de brisa y hasta un diluvio al boceto de tu figura.

También me hicieron acordar
–los ojos y mi caminada–
a mis once años
y al nene que gustó de mi toda la primaria
y me acosó durante años,
a mí un poco me gustaba
con su actitud atorrante,
y en una fiesta en la escuela a la que fui de minifalda,
cosa rarísima porque me cohibían mis patas de flamenco
pero ese día estaba cómoda con el viento en la entrepierna,
le pasé cerca y me contorneé como una gata de lo feliz que estaba
y quise gustarle más,
él lo advirtió y se burló al día siguiente
y dijo que mi amiga estaba más linda,
que qué me creía, que qué me hacía,
yo me quedé sin entender entonces
qué es lo que le gustaba de mí,
si que él decidiera cuándo tenía que ser linda
o que no tuviera derecho a sentirme linda por mi cuenta.
Desde tan al principio
las miradas de los varones
te dicen quién tenés que ser.

Cuántos escrotos habremos visto rascarse en la calle.
Cuántas pijas anónimas vimos
antes de entender
la vulva en primera persona.

Medio sin querer,
en el tiempo que demoro en cruzar esta calle
mientras me siento inhibida
frente a miradas de varones de cuatro esquinas
y miro al cielo o al asfalto que no juzgan,
pienso en mi vida y mi relación con el mundo
suena demasiado amplio lo sé
pero los sentimientos llegan como un flash.

En qué momento del crecimiento
el cuerpo se empieza a sentir como otro
y lejano o ajeno.
En qué paso cruzando la calle
llega el punto máximo de desprendimiento
de mi voluntad y mi materia.

Me siento poco inteligente con el cerebro totalmente embebido de paranoia.
Pienso que siempre fui algo tonta –y quién no
que siempre gustó más de lo que imaginaba que de lo que veía,
no me pidan tantas reflexiones
porque soy abstraída
no hago mucho juicio
disfruto
o padezco.
Creo que fui inteligente
hasta los trece o catorce años,
cuando la interpretación cultural
a la que se someten las hormonas y los físicos
me obstruyó el cerebro, la voluntad,
la creencia en la libertad,
la curiosidad,
lo peor de la adolescencia no es la estupidez
que nos dicen que padecemos
y la que padecemos
o la torpeza
sino la obligatoriedad a ser útil,
a servir
en el sexo
en la producción.

Crecí callejeando
y sintiéndome dueña de mis pasos
pero nomás hasta que por mi culpa
cambió el mundo conmigo más que yo
mientras el tiempo marcaba en mi cuerpo
ser la necesidad de los extraños,
preferí entonces crecer encerrada
entre fantasías, libros y música.

Crecí tocando el piano y así
no tenía que darle explicaciones
a nadie de nada
sólo era mover los dedos
y disfrutar la música
el correr del tiempo
la mirada libre
el pensamiento en sí mismo
fuera del texto
una danza en miniatura.
Crecí masturbándome y así
no tenía que darle explicaciones
a nadie de nada
sólo era mover los dedos o mover mi cuerpo
y disfrutar la sangre
el correr del tiempo
la mirada libre
el pensamiento en sí mismo
fuera del texto
danza inmedible.
Crecí inventándome gente y así
no tenía que darle explicaciones
a nadie de nada
ni fumarme a la gente que analiza
que creen que entienden a las personas antes de percibirlas
que dan consejos sin pedirlos,
el pensamiento en sí mismo
fuera del texto y las miradas,
tampoco me gustaron mucho las preguntas que piden explicaciones
pensamiento manipulado
lejos de sí mismo,
nunca supe bien qué responder
creo que siempre fui medio una tonta
que nunca supo bien qué responder
que se aburre de la gente que cree que es inteligente
todos saben tanto
tanto
definiendo todo
son tan cansadores.

Cruzando la calle intento imaginarme mi cuerpo visto desde afuera
y no puedo evitar sentir
la ridiculez de la existencia.

Antes de ser ridícula fui niña.

A mis seis años me vio un nene
          desnuda y tocándome
durante una década o más no me importó
pero después aprendí que por eso había que tener vergüenza
y la padecí en retrospección
pero más padecí a los ineptos
que no saben
ni desnudarte ni tocarte
espero que aquel nene haya aprendido aunque sea
que las nenas pueden hacer esas cosas

            solas.

Mi caminata desea ser lo único.

Me pienso de vez en cuando
–para no llegar al horror del aburrimiento–
como si fuese una recién llegada desde otro planeta
y hago el esfuerzo (casi siempre inútil) de admirar.

El cordón de esta vereda es idéntico
a tantos, a aquel que trajo el recuerdo
de ese atardecer
en el que tres compañeritos –líderes y galancitos–
me acorralaron muy cerca y una cabeza más altos,
y traían la consigna debatida:
tenía que elegir uno de ellos que me gustara
no podía no elegir
no podía no
pero no tenía respuesta
el cerebro no entendía
por qué estaba oyendo eso
y por qué tenía que responder,
solamente estaba inundado por el deseo
de desaparecer de ahí
de volver con mi abuela
a su guarida salvadora
sin inquisiciones y con opciones infinitas
de sentidos novedosos
a tomar café con leche
y seguir viendo los dibujitos,
no sé qué elegí
los tres me parecían indiferenciables
con cara de esternón, voz de orden y personalidad neutra,
desde tan al comienzo entendemos
las opciones como pocas
restringidas
invariables
me acordé de otras veces peores
en que no pude
decir que no
que no encontré la opción
liberadora de la negación,

cómo se plasma el texto
del que no tiene palabras
con qué gesto habla,
todos esos textos que hemos oído
que nos han obligado a pensar como ellos
todas las tres opciones aburridas
tres opciones pocas
qué tan hondo se nos metieron en el entendimiento
cómo han logrado que pensemos antes que deseemos.

Cuántas veces ni el no es suficiente
que dan ganas de inventar otro concepto más allá, un no más no,
con qué poco te pueden hacer no existir
ni decidir
cuando no tenés palabras.

Aprieto mis muslos entre sí
mi sexo no existe para el mundo

es lo que él decidió que sea.

Quién mira los pasos de una sonámbula
y sobre cuáles recuerdos deambula.

Ahora, veinte años después de mi primera menstruación
voy aprendiendo a convivir
creo
estoy más relajada
identifico mejor
quiénes me caen bien
siempre es más fácil sentir empatía por
seres ficticios o animales o ídolos
porque son convenientes o sumisos
y nuestras mentes los moldean a nuestro placer
o nos hacen sentir que somos ellos
pero creo que el desafío está frente a las narices
y que el enemigo es mayor y mucho
más abstracto que cuerpos individuos
sacos de tripas, ojos, sangre, mierda.

En qué momento el cuerpo propio
dejará de sentirse como otro
lejano y ajeno.

Disfruto el sexo con otro cuerpo
hace bastante poco,
pensando en los años de actividad,
siento que estoy vengando y homenajeando
a la niña pajera que fui
y sacándome de encima la frigidez que me dejaron
los cuerpos y miradas indeseables
de aquellos de quienes los hombres buenos
dudan de su existencia
aunque sean ellos mismos.

Igual me creo más libre
por esa vocecita interna y autoritaria
que me grita
empoderate
y yo trato lo más que puedo
y a veces creo que lo hice
pero sigo nadando en mi cerebro bobo
de pocos e intensos placeres,
de muchos y banales disgustos,

me creo más libre
y el desengaño me escupe a la cara
por ejemplo ahora
después de atravesar el viento de la esquina
porque aún no termino de cruzar la calle
y estoy puteando por dentro
con el culo fruncido y la concha seca
porque las miradas de los ratis
que infectan toda esta ciudad apestosa
no me dejan rascarme el papo izquierdo.