miércoles, enero 08, 2020

Infectado

Véanme. Soy la fuerza de algún dios
y del Big Bang. Tengo una en cada huevo.
Nos dicen que por nuestro bien nos castran.
Mentira. Es por su comodidad,
si no vasectomía y ligadura.
Pero los meau y la vitalidad
alteran ansiedades de los simios
que nos prefieren calmos y sumisos
convirtiéndonos en peluches vivos,
sin olores ni miedos ni horizontes,
para llenar la triste soledad
de sus rutinas de hiperconsumismo.
No les basta con consumir mercado,
son glotones de mitos sobre amor,
porque más bien que nunca les alcanza
con el que no se dan entre ellos mismos,
y tampoco les alcanza el control
y vigilancia que entre ellos les sobra.
Entiendo. Qué bajón la soledad,
sin otro cuerpo u otra piel que muestre
que respiran, que no ven sólo un muro.
Pero no vine acá a sufrir lo ajeno
ni a envidiar comodidades insulsas,
las de supuestos o reales dueños
o las de esos gordos perezosos
consentidos por niños arrogantes
que vivirán veinte aburridos años.
Prefiero mis menos de dos orejas,
mis cicatrices, mi rostro deforme,
el latido de mi escroto relleno,
el misterio de un futuro cercano.
Huelo las feromonas de las hembras
inenarrable obsesión de las células
y ya me agota prever las peleas,
las largas horas sin sueño ni paz,
pero me entusiasma la vida corta
que me planeó el veneno de un vecino.
No lo odio, yo en su lugar haría eso,
sé que nuestros códigos no combinan,
nuestra manera de entender el aire,
de agrandar pupilas ante los monstruos,
de usar la voz, los saltos, los recuerdos.
Voy a irme lejos a pensar manadas
en otras vidas, mundos o leyendas
insospechadas por las mentes torpes
que idolatran sus insatisfacciones.